Jesús, el otro mesías

Jesús, el otro mesías

martes, 19 de diciembre de 2023

El tortuoso final- capítulo XII (decimotercera entrega del libro).

 Jesús, el otro mesías

Tanto las versiones históricas como apostólicas coinciden en presentar la aprehensión de Jesús como el comienzo de su final. Se le denomina como la pasión de cristo y se ubica entre los sucesos de la captura y el sacrificio, incluso hasta la resurrección.

Todos coinciden en el lugar (el huerto de los olivos) en el que fue apresado estando solo porque sus apóstoles dormían después de la última cena. En culpar a Judas por la traición y en que el mesías fue arbitrariamente tratado. Señalan que el procedimiento que debió seguirse para llevarlo ante el tribunal no se respetó ni por parte de los judíos ni de los romanos. El nazareno fue capturado durante la noche y no fue llevado a la Sala Pétrea del Templo que era el sitio idóneo para realizar un juicio judío a cargo del Sanedrín. Al parecer fue conducido a las viviendas de Caifás y Anás en donde se le enjuició de manera extraordinaria sin cumplir con el cuórum que exigía la ley judía, utilizando testigos falsos, sin ofrecerle una mínima oportunidad para su defensa más que su palabra. Además, fue maltratado física y psicológicamente. «Todo se hizo con mucha premura antes del inicio de las fiestas de pascua que atraían a miles de personas a Jerusalén».

Sucedieron entonces muchas cosas que crean suspicacias y que pudieron repercutir en el cristo a su favor o en su contra... En su contra, porque se le trató como si fuese un vil delincuente y además peligroso. Se le negó toda oportunidad para defender su integridad, dignidad y vida. Se quebrantaron todos los procedimientos legales y humanos a los que él como cualquier otro hombre tuviera derecho. A su favor, porque tal vez —irónicamente— todas esas inconsistencias propiciaron el ambiente necesario para concluir exitosamente (como pudieron quererlo él y algunas otras personas) el temerario proceso que incluía la muerte y la resurrección de un hombre de carne y hueso.


Todo sucedió durante la noche del jueves, Jesús fue apresado, torturado y juzgado por los judíos. A la mañana siguiente fue presentado por líderes del Sanedrín ante el procurador Poncio Pilatos con acusaciones graves: traición, insubordinación, desacato a las leyes judías y romanas, blasfemia. «Hemos de ubicar en el contexto que los judíos conocían muy bien las leyes imperiales y sabían que no sería fácil que el acusado fuese condenado a muerte. También hay que tener presente que ni Pilatos ni el rey Herodes Antipas (rey de Judea) —quien estaba presente en Jerusalén por motivo de las festividades— odiaban ni temían a Jesús, por el contrario, lo consideraban insignificante».

Tal vez las cosas se salieron de control para el mesías y sus amigos, razón por la cual no pudieron hacer nada para apoyarlo. Quizás él presintió que enfrentaría la injusticia y los malos tratos, y que sus acérrimos enemigos judíos querrían sacrificarle, pero ¿acaso imaginó que sería azotado cruelmente, que le humillarían y acosarían sin piedad, que le expondrían al escarnio público haciéndole atravesar las calles de Jerusalén cargando su propia cruz, que sería coronado con espinas y herido de muerte por un bellaco soldado romano, y que finalmente sería crucificado? ¿Era esto lo que Jesús buscaba y para lo que estaba preparado?

El proceso imperial fue peor que el judío. Pilatos inicialmente no aceptó condenarlo y extendió su responsabilidad al rey Herodes argumentando que era potestad de él juzgar al nazareno. Herodes se burló del indefenso hombre y evadió su competencia regresándolo a Pilatos para que este lo enjuiciara.

La situación fue muy tensa para el procurador, no había tiempo; el día sábado era especial para los judíos y las fiestas de pascua estarían en pleno. La agitación en la Jerusalén era inmensa, el pueblo judío había llegado de todas partes y estaba muy alborotado. Los rabinos habían convocado a muchas personas y las instigaban en contra de Jesús, las motivaban a gritar consignas para comprometer su integridad: —¡No hay más rey que el Cesar! ¡Al madero con él! —gritaba la turba—».

Pilatos estaba en problemas, la presión por parte del sanedrín en cabeza de Caifás y la negativa exaltación del pueblo amenazaban con una gran revuelta. Sin embargo, él no podía acusar y condenar a Jesús, no había pruebas suficientes para hacerlo ni era el procedimiento adecuado dentro del marco de las leyes romanas; pero tampoco podía dejar las cosas así como estaban. Si se hubiese ocasionado una manifestación violenta habría sido imprescindible la actuación militar que generaría muchas muertes y un gran caos (la historia da cuenta de muchas atrocidades cometidas por gobernantes romanos) y quizás Pilatos fuese destituido de su cargo y castigado por el emperador. Finalmente, intentando liberarse de su responsabilidad directa y a merced de una concesión que el imperio hacía al pueblo judío por motivo de la pascua, en la cual se otorgaba la libertad de un preso condenado, ofreció públicamente, y al calor de las exacerbadas almas, que el pueblo escogiera a quien liberar y a quien condenar entre Barrabás (un sedicioso sicari) y Jesús de Nazaret. «Ya puedes imaginar la escena acalorada en donde el pueblo animado por los rabinos y exaltado al máximo gritaba que liberaran al bandido y que crucificaran a Jesús. —¡No hay más rey que el Cesar! ¡Crucifícalo, crucifícalo!».

Así pues, la decisión fue tomada. Perfecta manipulación de las circunstancias por parte de los rabinos, torpe y sucia decisión de un pueblo ignorante y ambicioso, y solemne veredicto de un cobarde. Entonces Pilatos lavó sus manos de la sangre inocente del cristo y dio comienzo al infernal magnicidio. Algunas versiones históricas lejanas al doloroso sentimiento popular y a los evangelios plantean la incógnita respecto de la premeditación y el dolo por parte de Pilatos en su decisión, argumentando que por el contrario él sentía simpatía hacia el predicador, que pudiera hacer parte del plan tal y como estaba trazado para que Jesús fuera llevado a la cruz y dadas las circunstancias de tiempo y lugar fuera bajado de la misma antes de su muerte.


Transcurrieron aterradoras horas de sufrimiento para el mártir. En él siempre manifiestas su dignidad y su fe. Aunque fue otro sacrificio humano más, hoy el recuerdo del mismo anega de dolor el corazón de muchos de nosotros y nos conduce a la reflexión. Imagínate lo que sintieron su madre y hermanos, su compañera sentimental, sus verdaderos amigos y sus apóstoles, ante la desgracia y la impotencia de no poder evitarlo. Lo cierto es que muchas personas estaban con él (a su favor). Tal es el caso de un hombre ajeno a toda esta historia (Simón de Cirene) que apareció en medio del calvario para ayudarle con la carga que llevaba a cuestas; o de Verónica, la mujer que limpió y refrescó su rostro con un manto. Estaban también María su madre y María Magdalena que le acompañaron hasta el final. José de Arimatea (noble judío miembro del Sanedrín) que intervino ante el procurador para que le permitiera bajar a Jesús de su crucifijo después de algunas horas para llevarlo a una tumba de su propiedad.

Ubiquémonos de nuevo en el tiempo: Jesús llegó hasta el monte Gólgota en muy malas condiciones debido a los azotes que recibió y al agotamiento (su travesía fue larga). Allí los crueles soldados romanos lo clavaron a una cruz y le ocasionaron graves heridas; luego lo izaron en medio de burlas e insultos. «Es probable (así lo plantean algunas versiones) que el apuntalamiento de sus pies haya sido complementado con una cuña de madera en el travesaño vertical para que en él descansara y así prolongar su agonía. Esa cuña tal vez le permitió soportar mejor el dolor y evitar que su cuerpo se descolgase por la fuerza de la gravedad, factor influyente en la aceleración de la muerte por crucifixión».

Según algunos análisis científicos (en estos casos),  además del agotamiento, la pérdida de sangre por causa de heridas, los traumas causados por golpes, etcétera, la principal causa de muerte del crucificado sería debido a fallas respiratorias y posterior paro cardiaco, pues el cuerpo tiende a caer hacia adelante presionando de tal forma los pulmones que se hace imposible respirar, y aunque la víctima pueda reincorporarse solo logra hacerlo por muy poco tiempo debido al dolor en sus miembros superiores e inferiores. —De ahí la importancia de la cuña para prolongar el tiempo de vida de quien pende en la estructura—.

Otro elemento suspicaz en esta historia se relaciona con el hecho de que los miserables soldados romanos ofrecieron al cristo un asqueroso vino para que saciara su sed, pero él se negó a beberlo. Sin embargo, sus labios fueron empapados con un elíxir amargo por medio de una esponja a manos de uno de ellos. «¿Por qué no dar un poco de credibilidad al planteamiento de que este elíxir era una pócima para producir en él un estado de catalepsia con el fin de que se diera por un hecho su muerte?».

Hay que anotar también que, según los evangelios, un centurión, para asegurar la muerte, hundió su lanza en uno de los costados del mesías como golpe de gracia. Sin embargo, sabemos que no todas las heridas con objetos cortopunzantes pueden ser mortales y que para el caso puntual sobre Jesús algunos argumentos sostienen que esa no lo fue.

Adicionalmente se narra que las dos personas que fueron crucificadas al tiempo junto al nazareno murieron rápido porque los soldados fracturaron sus piernas (práctica común para apresurar la muerte). ¿Por qué no hicieron lo mismo a él?

«Tristemente se destaca de esos últimos momentos que Jesús se sintió vulnerable y abandonado. Que lloró y clamó auxilio a Dios para soportar su agonía, pero que su voluntad y su fe lo llevaron siempre adelante. ¡Ningún hombre tan valiente como él! Realmente estuvo dispuesto a morir y permaneció firme en sus convicciones hasta el fin».

La agitación amainó. ¡La fiesta de sangre había terminado! Oscureció y casi todos abandonaron el lugar. Pero allí, con él, permanecieron su madre, María Magdalena, José de Arimatea, Nicodemo, algunos de sus hermanos y Pedro su discípulo (el que lo había negado), además de unos pocos centuriones. Y el cuerpo del cristo fue bajado de la cruz por José de Arimatea y Nicodemo (un maestro fariseo perteneciente al Sanedrín que curiosamente también estaba pendiente de los sucesos). Lo envolvieron en mantas de lino impregnadas de esencias, mirra y aloe, y con mucho cuidado lo llevaron a la tumba, que al parecer era una caverna cuyo acceso dependía de la posición de una gran roca que necesitaría de la fuerza de varios hombres para moverla. Y allí permanecieron con él su madre y María Magdalena, y quizás otras personas cercanas al mesías; todo bajo la mirada despectiva de los centuriones —a ellos ya no les importaba, el cristo había muerto—.


 




miércoles, 22 de noviembre de 2023

El nazareno irrita a los romanos- capítulo XI (decimosegunda entrega del libro).



«El pequeño movimiento que Jesús promovía comenzaba a tomar vida; sus fieles aumentaban considerablemente». La corriente de esperanza y libertad se expandía por Galilea, Judea, el Jordán, Samaria y Fenicia. Unos daban fe a las profecías y veían a Jesús como al heredero del rey David, otros lo veían como a la semilla de una revolución armada. Algunos pocos entendían su mensaje y absortos en el amor le seguían, muchos daban credibilidad a los rumores sobre la llegada de su salvador.

Ante la inminente fuerza de lo que antes pareciera una pequeña secta, las autoridades romanas comprendieron que deberían actuar para controlar la situación. «Los pequeños grupos de desadaptados que aclamaban a Jesús por toda la Palestina podrían convertirse en una gran masa revolucionaria si tuviesen una orientación adecuada». —Así lo argumentaba insistentemente el Sanedrín ante el procurador Pilatos y sus colaboradores. Además, «el traidor» no actuaba solo, él era el líder de una insubordinación que pretendía derrocar al César para autoproclamarse rey de los judíos. ¡Vaya que si eran fuertes las acusaciones! Blasfemia contra la ley de Moisés, traición e insubordinación contra el emperador.

Aunque no existían pruebas tangibles para apresarlo junto con sus secuaces, los escandalosos rumores y el acoso perverso de los rabinos fueron elementos suficientes para alertar a los romanos. Poncio Pilatos, quien era un gran cobarde y un gobernante servil, se dejó influenciar por Caifás (líder del Sanedrín) y Anás (rabino influyente), y temiendo una respuesta socio-política negativa encomendó —extraoficialmente— a un grupo encabezado por rabinos y secundado por fariseos, saduceos y militares romanos para la captura e incriminación del infractor. Bastaría con enjuiciar a su líder —Tal vez resonaban en sus oídos las sugestiones de Caifás cuando decía que era preferible el sacrificio de un solo hombre a la destrucción de toda una nación.

Jesús era un hombre pacífico e inofensivo pero tal vez sus seguidores se opondrían de forma violenta a que él fuera capturado, por esta razón decidieron buscar las condiciones propicias para apresarlo. Acercarse a su grupo íntimo no sería difícil, las lealtades de sus colaboradores no se reflejaban con la causa, más bien representaban una alternativa de vida con sus propias ambiciones.

Fue así como aparentemente Caifás logró cautivar a Judas Iscarioti —uno de los apóstoles preferidos— para que le entregara a su maestro a cambio de una recompensa económica. «La historia canónica nos muestra una traición por dinero y hace alusión a treinta monedas de plata como pago, cantidad considerable, pero que no justificaría el hecho para alguien que conocía la fortuna y que amaba a quien fuera su amigo y su maestro». Se hace más fuerte y creíble —como móvil— la inconformidad de Judas con Jesús por no actuar como un verdadero líder revolucionario; por su mansedumbre y conformismo ante el abuso de las autoridades romanas. Por desperdiciar la oportunidad y el apoyo que todos le ofrecían. «Como también todo pudo ser parte de un pacto, un desquiciado pacto. A lo mejor Judas tuviese otras razones...».

Concertada la traición, Judas Iscarioti entregó a Jesús ante los mercenarios opresores. La escena se desarrolló en Getsemaní, en el huerto de los olivos, un hermoso paraje ubicado en el valle de Cedrón que aparentemente les ofrecía (a Jesús y a sus discípulos) seguridad y en el que el mesías acostumbraba a orar en soledad. Y entonces Judas dio las coordenadas a los hombres armados y los instruyó sobre el momento propicio para su captura; y para asegurarse de que no cometieran ningún error marcó oportunamente el objetivo acercándose a él y besándolo en la mejilla. —Es así como nos lo narra la versión apostólica victimizando a Jesús ante la traición de su apóstol—.

¿Por qué no considerar que ese momento pudo ser planeado por Jesús? Con la ayuda de María (su madre), María Magdalena, Judas Iscarioti, un miembro del Sanedrín (José de Arimatea) y otras personas. Tal vez como una atrevida forma de someterse a la autoridad para que fuera procesado sin aceptar ninguna culpabilidad por el quebrantamiento de las leyes romanas; dejando enclavada en las almas de sus seguidores su humilde imagen mortal dispuesta para el sacrificio en virtud del acercamiento a Dios; abonando la semilla del amor —raíz de su doctrina— y rodeándola de misterio incluso ante la gran mayoría de sus amigos y colaboradores. Que todo fue parte de un místico proceso nacido de su iniciación y profesión al “Hermetismo" (o Hermética), el cual estaba destinado a finalizar con su muerte física y posterior resurrección. «No olvidemos que en las narraciones evangélicas se hace alusión clara y precisa sobre el previo conocimiento del maestro de que uno de sus más cercanos colaboradores (Judas) le traicionaría y que otro de ellos (Pedro) le negaría». —La negación de Pedro solo demostraría el frágil compromiso por parte de algunos de ellos, y Jesús lo sabía, razón por la cual mantuvo algunas reservas ante el grupo, pero también daría a entender que el nazareno enfrentaría solo su responsabilidad.

Ese y otros acontecimientos cruciales se ilustran en la narración sobre la última cena, que no fue otra cosa que una de sus acostumbradas reuniones en grupo en las que compartían el pan y el vino, y el maestro les platicaba como amigo y líder. Destacándose de esta —tal vez por ficción de los autores en los evangelios— que esa noche, la noche en la que cenaron juntos por última vez, sucedieron eventos inolvidables e importantes: como el hecho de que el maestro en un gesto inigualable de humildad lavó los pies de todos ellos. Que cual si fuera su padre despidiéndose les habló insistentemente invitándolos a amarse y a perdonarse los unos a los otros como él los amó. Que hizo alusión a una complicada y simbólica metáfora de la cual posteriormente se originaría la teoría política medieval de las dos espadas (casi ignorada) relacionada a los poderes religioso y político, cuyo mensaje es puramente humano y ajeno a lo espiritual.

Esas y otras situaciones cotidianas dentro de un grupo humano tan especial, liderado por alguien tan maravilloso y sorprendente como Jesús de Nazaret, darían lugar a fantásticas interpretaciones a través de la historia consignada posteriormente en los evangelios y diseminada en la fertilidad de una doctrina que a partir de un estruendoso capítulo —muerte y resurrección del mesías—  quedaría en manos del poder apostólico, y que tomaría un rumbo diferente al sencillo camino de amor de su creador.

«¡Y en realidad esa fue la última cena! Jesús fue apresado y jamás volvieron a estar todos juntos».




 

  

lunes, 6 de noviembre de 2023

Sembrando en campo fértil- capítulo X (decimoprimera entrega del libro).

 

Jesús, el otro mesías

Capítulo X – Sembrando en campo fértil

Iniciada la agresiva y constante acción de profetización y adoctrinamiento por parte de Jesús y sus discípulos, podría catalogarse esta como un acto de rebeldía ante el judaísmo. Ellos eran un pequeño grupo llevando un mensaje diferente al que impartía la doctrina judía antigua y utilizaban métodos diferentes. La clave de todo estaba en que no hacían exigencias, solo bastaba seguirlos y escuchar su palabra. No demandaban aportes económicos, no obligaban a participar en rituales ni juzgaban a quien no se interesase en ellos. —Por lo menos así sería en los tiempos del maestro—.

Por supuesto, y como ya lo mencionábamos en un capítulo anterior, las personas más necesitadas de amor, protección, comprensión y perdón, eran quienes se acogían a ellos. Jesús mostraba una perspectiva diferente: más real, más convincente, más accesible. «La fe sana las heridas del cuerpo y del alma. Las buenas intenciones siempre crean un ambiente positivo. La ausencia de rigor favorece la empatía y aumenta la credibilidad». De ahí que su acción dinamizada a partir de un grupo tan reducido, el mismo que para entonces pareciera una minúscula secta judía, ganara tantos adeptos en poco tiempo sin contar con una logística especial ni favorecerse de recursos económicos que pudiesen ser utilizados como dádivas o incentivos; además, en total ausencia de ordenamientos que obligasen a participar en él (como sí sucediera dentro del judaísmo).

«Podríamos hacer una semejanza con otra situación, como cuando alguien (persona o institución) con muchos conocimientos sobre medicina inicia una campaña por pueblos y veredas ofreciendo soluciones a los problemas de salud y les provee de los medicamentos que necesitan. Todas esas personas que por diferentes circunstancias no tienen acceso a un servicio médico van a hacerse presentes, van a escuchar y a creer. Manifestarán gratitud y le promoverán positivamente.

—¡Jesús ofrecía lo que ellos necesitaban!»

Su trabajo se esparció por gran parte de la Palestina, primordialmente en Judea y Galilea. Sus discípulos paulatinamente adquirieron experiencia y pericia para difundir la palabra, para llegar a las personas y despertar en ellas interés y credibilidad. —¡Cómo no aprender de semejante maestro!—.

Sin duda las intenciones de Jesús no fueron otras que ofrecer a su rebaño un camino hacia la reconciliación con ellos mismos y orientarlos hacia la fe y el reconocimiento del gran espíritu de Dios. En el camino de su metamorfosis moral y doctrinaria él descubrió y pudo entender que las personas siempre fueron engañadas y manipuladas en sus creencias, entonces quiso cambiarlo. «El nazareno no se involucró con lo establecido, fue indiferente a cualquier compromiso y ejerció su labor sin ánimo de lucro ni ningún otro interés, convirtiéndose en el fracaso y la decepción de quienes invirtieron en él».

Entre tanto los romanos fueron permisivos con las dos doctrinas filosóficas y religiosas reinantes: el helenismo y el judaísmo. Del helenismo, que era la religión republicana oficial de la Roma, se preocupaba más (como doctrina política) por las virtudes civiles regidas por funcionarios. No obligaba a la creencia, pero sí al acatamiento, y los lineamientos variaban con los cambios políticos. En cuanto al judaísmo, conocía sus pretensiones de conservar su poder por medio de la espiritualidad, y, la manera inteligente en la que respetaba las políticas y ordenamientos imperiales. «Entonces ¿por qué habría de preocuparles una pequeña secta judía que solo aglomeraba vagabundos y pobres para proveerlos de un bálsamo espiritual?». Tal vez al César le convenía que existiese ese espacio para el vulgo, quizás eso los mantendría en calma y conformes. —Seguramente esa era una buena razón por la que los romanos concedían libertad al pueblo subyugado para que creyeran y participaran de una religión diferente a la suya—.

Esa flexibilidad romana, quizás influenciada por los griegos, facilitó un poco las cosas a los ciudadanos más vulnerables y desubicados, acercándolos al pensamiento individual (íntimo) y ofreciéndoles la oportunidad de elegir una alternativa diferente a la corriente grupal.

Tal vez con esto, y sin quererlo, el imperio causó un gran daño a su aliado político (el judaísmo) abriendo una enorme frontera que aprovecharían Jesús y sus discípulos. «Aún después del enraizamiento de la gran doctrina monoteísta la oferta de cultos y creencias religiosas fue abundante, pero muchas de ellas evolucionaron lentamente para dejar de ser doctrinas grupales y convertirse en caminos de elección personal. —Ahí estaba presente Jesús de Nazaret ofreciendo el sendero más cercano y sencillo hacia Dios».

La relación entre judíos y romanos fue muy sólida, sobre todo con la diáspora (un grupo especial ante la gran comunidad), siempre contaron con el apoyo del procurador Pilatos y del emperador. Ellos financiaron la terminación del templo de Jerusalén y la construcción de sinagogas por toda la Palestina. Les hicieron concesiones especiales liberándolos del culto al honor imperial a cambio de sacrificios en su nombre. Les permitieron a muchos ser ciudadanos romanos y tener derechos de asociación (celebrar servicios religiosos, actividades sociales y recreativas).

Quizás teniendo en cuenta todos estos factores, Jesús sabiamente esbozó en su doctrina una inmensa libertad y el acercamiento a un Dios generoso, pero no negó ninguno de los principios religiosos judíos; los mantuvo, los flexibilizó y los transformó.

La improvisada doctrina de Jesús creció sobre una base dualista reconociendo y promulgando el bien y el mal al mismo tiempo (en contrapunto). Él encontró en su intelecto y en su experiencia la respuesta a muchas dudas y consiguió ampliar el panorama religioso de manera excepcional para bien de sus seguidores descubriendo ante ellos la maravilla de las buenas intenciones de Dios. Expresándose en un idioma inteligible y decretando la necesidad de mantener eterno este pensamiento sin que importasen las diferencias físicas, étnicas, etarias; ni los factores culturales, morales, psicológicos. Logró conducir el pensamiento hacia una necesidad de fe apremiante e inmediata, pero cuya manifestación permaneciera latente toda la vida. Relacionar al hombre y a Dios a nivel colectivo y al mismo tiempo individual. Y logró una rara combinación entre la moral, las normas estrictas y la generosidad de Dios.

Su doctrina se alimentó de elementos existentes y necesarios extraídos de una (la reinante) y muchas otras doctrinas, pero la aderezó con su pensamiento y virtudes personales. Sugería bases sólidas, pero con capacidad de transformarse y adaptarse según la necesidad. Pasaba del radicalismo a las salvedades. Combinaba legalismo con antinomianismo (contradicción) sin una posición radical, en cambio, sí traslativa desde el rigor y la militancia hacia la aquiescencia (sacrificio voluntario) y el sufrimiento. ¡Jesús se mostró único y original! Él ofreció una inmensa y emocionante versión religiosa sin discriminación. Su doctrina no estuvo regida por un código, fue un campo abierto pletórico de matices que indicaban un horizonte.

Él debió mantener vivos los preceptos enquistados durante muchos siglos en las almas del pueblo judío, su negación o rechazo hubieran provocado una hecatombe. Pero lo que sí podía hacer —y así lo hizo— fue modificarlos de alguna manera en conveniencia de sus fieles. Su prioridad fue desligar la ley del templo, él aceptó las leyes del hombre, pero les restó importancia ante las leyes divinas, quizás por esa razón en sus prédicas entregó un discurso ambiguo al respecto.

La Judea de la época fue difícil para el imperio, allí y en Galilea la agitación social era constante en contra del poder político —mas no del religioso. En muchas ocasiones las festividades de pascua estuvieron marcadas por el abuso del procurador Pilatos quien militarizó y controló las peregrinaciones.

Por otra parte, no hay que olvidar que una parte del pueblo judío percibió la traición en el movimiento doctrinario de Jesús. Algunos lo ignoraron, unos tantos lo despreciaron y otros lo señalaron como un peligro. «Él parecía querer cambiar la religión del vasto mundo judío, algo que no solo era religión sino también forma de vida, entrega total». Y aunque conservó latentes sus bases, la asaltó con una propuesta única y revolucionaria ofreciendo otro camino hacia Dios, desvirtuándola de alguna manera y atribuyéndose —implícitamente— la jerarquía de la nueva invitación.

Por ejemplo, los saduceos fueron muy distantes a Jesús, ellos nunca creyeron en otra vida después de la muerte ni mucho menos en la equidad y la justicia ajenas a las leyes de los hombres (entre otras tantas diferencias). De los esenios, de quienes adquirió gran parte de sus conocimientos y los conservó, no recibió su beneplácito porque ellos en su egoísmo siempre mantuvieron un círculo cerrado lleno de prejuicios. A los fariseos Jesús les propuso transigir sus leyes y desligarlas de las creencias religiosas (algo aparentemente imposible) razón por la cual le despreciaron. Por lo tanto. los potenciales seguidores de Jesús seguían siendo los descarriados y desprotegidos, los parias, los pobres, los perseguidos y desadaptados.

El acontecimiento trascendental y populista de su entrada a Jerusalén el domingo de ramos, en donde fuera reconocido, aceptado y seguido por muchos, y desde donde se incubarían más temores y odios por parte de las autoridades y de sus detractores, quedó marcado en la historia. «Hay quienes en medio de su radicalismo señalan al nazareno como a un verdadero revolucionario de lo político, de lo social y de lo económico. —Eso es un falso y dañino concepto—».

El plan estuvo trazado, la idea profética se cumplió y el mesías —el hijo de Dios— se involucró entre los hombres (infortunadamente para el estamento judío no de la manera en la que originalmente se concibió su acción). Ahora el mesías auténtico de los judíos se había transformado en un rebelde, en un peligroso agitador que puso en peligro la estabilidad del poder. Un solo hombre orientado a esparcir la semilla de un nuevo movimiento en campos ya germinados, florecidos y cosechados desde siglos atrás, cuando el patriarca Abraham lo había logrado de manera exitosa perdurando sin dificultad —aún hasta nuestros días.

«El mesías, pilar principal de la estrategia inicial judía para perpetuar su doctrina y establecer nuevas reglas de control, no funcionó como ellos lo querían. Debería ser sacado del juego. Bastaría sacrificarlo (primitiva acción de supervivencia)».

Pero ellos jamás imaginaron que las más fértiles semillas ya se estaban esparciendo. —¡Cómo no extenderse! si aún sin florecer ofrecían buenos frutos (milagros, curaciones, conver- siones, tranquilidad, regocijo en la fe)—. Y el grupo se hizo cada vez más grande. A Jesús y los doce apóstoles (quienes pudieron ser más, pero al parecer el número dejaba un mensaje subliminal en creyentes y no creyentes, porque se relacionaba con las doce tribus de Israel) se sumaban sus familias y otros nuevos creyentes; todos aferrados a la gran esperanza, la misma que aun tomando caminos diferentes prevaleció y prevalece.

El trabajo de Jesús estuvo realizado: adoctrinó y posicionó a sus herederos de causa; causa orientada únicamente al bien (por lo menos por parte de su espontáneo creador), pero que quizás más adelante pudiera tomar otras direcciones. Jesús nunca se empeñó en crear una estructura religiosa o filosófica y seguramente no soñó con que sus enseñanzas se convirtieran en alguna de ellas. Él se limitó a llevar un mensaje de amor en pos de quienes quisieran aceptarlo. Su revolución fue íntima, espontánea, sin planes ni proyecciones. Preparó a los apóstoles para que ellos a través de la palabra continuasen la labor de acercar a los hombres hacia Dios. «Sin embargo, él sabía que su prédica y su legado traerían unas consecuencias, las mismas que lo llevarían por el camino para concluir su misterioso ciclo de vida espiritual».

¡Nada más podría esperarle si no la muerte! Pero si fuese así de simple tal vez sus enseñanzas morirían con él y su labor habría sido en vano. Entonces quienes abrieron a él su corazón olvidarían ese inmenso tesoro que él les entregó y quizás volverían al opaco camino del conformismo y del sufrimiento perdiendo por completo la esperanza.

«¡Vaya forma de sellar esa bendita transformación!  Clásico proceso de un iniciado de la hermética que involucra lo físico, lo moral y lo espiritual». —Indudablemente con la muerte se logra un gran impacto que explora la fantasía y la divinidad—. Además, Jesús reconoció la importancia de satisfacer la necesidad de su muerte tal y como lo planteaban las profecías mesiánicas que la registraban como parte de una segunda alianza entre Dios y los hombres para salvarles del pecado».

Habría de ser tan poco común como lo fue su nacimiento, como lo fueron su infancia y desconocida juventud; y se recordaría por toda la eternidad como sucediera con Osiris (en Egipto), o Tammuz (en la Mesopotamia asiática), o Baal (en la mitología cananea), y otros tantos espíritus de la antigüedad que lograron perpetuarse enalteciendo su historia con algo tan impactante como la resurrección. Pero el hombre no puede volver de la muerte, la muerte es única y trascendente. Por lo tanto, la de este ser humano inmenso y único dentro de un fulgurante ambiente de inquietud y de fe, debería ser creíble pero figurativa para dar cabida a la resurrección; lo que a su vez reafirmaría el poder de Dios ante los hombres. —Rara aventura que llevaría a la perpetuidad una inteligente y hermosa forma de ver la vida y de entender a Dios. «Se incubaba entonces de manera compleja el cristianismo, a partir de una pequeña revolución espiritual y de un futuro y trascendental episodio».




 

 






domingo, 27 de agosto de 2023

Los apóstoles - capítulo IX (décima entrega del libro).


Jesús, el otro mesías

Capítulo IX – Los apóstoles

«Indudablemente para lograr la eficacia de un objetivo determinado se hace necesario el concurso de diferentes elementos con funciones definidas y enfocados a la realización del mismo». Tan sencillo como trazar un plan, un metódico plan… Algo que el ser humano gracias a su inteligencia ha sabido hacer desde sus más elementales orígenes, restándole importancia a las consecuencias de sus actos, utilizando todas las herramientas posibles (poder, maldad, mentira, traición, manipulación, etcétera), haciendo a un lado cualquier consideración para con sus semejantes y pisoteando —si fuera necesario— los derechos materiales y espirituales de todo aquel que se ponga en su camino.

        En este escenario el objetivo primordial: perpetuar un régimen religioso para tener el control social. La gran idea: El mesías el hijo de Dios. El método: una doctrina religiosa paliativa al miedo y capaz de vulnerar cualquier resistencia intelectual. La estructura: un inmenso grupo de personas haciendo una tarea y convencidos de ella. —Tras de todo eso el establecimiento religioso—.   

«Parte importante de ese plan: los apóstoles».

    Los evangelios hablan de doce miembros, aunque algunos escritos mencionan cifras diferentes, incluso se hace referencia (no en las narraciones apostólicas) a María Magdalena como parte del grupo. Ellos estaban allí conformando el sistema y comprometidos con el gran líder ofreciéndole su lealtad y respaldo.

       Al igual que Jesús todos debieron abandonar sus aspiraciones personales, sus familias, sus lazos afectivos, su tiempo. Quizás algunos creían en lo que estaban haciendo; otros, verían en esta campaña la posibilidad de una revolución, y posiblemente unos pocos tendrían ambiciones económicas. ¡Espléndido gabinete de trabajo!, conformado por gente del pueblo. «Mágica adaptación que descartaba prejuicios y suspicacias». Tal vez hasta el mismo Jesús ignoraba hasta dónde llegaría la lealtad de esos hombres y cuáles eran sus deseos —pero los necesitaba—.

   Irónicamente, los creadores del fantástico proyecto, quienes en algún momento consideraron importante y necesaria su presencia dentro de la misión, luego les señalaron como a vulgares e ignorantes laicos.

     La mayoría de ellos (los apóstoles de Jesús) tenía profundos conocimientos sobre las escrituras hebreas, además, a pesar de sus humildes oficios, algunos heredaron sangre gentil de la Galilea (un siglo atrás).

     Tal vez las versiones apostólicas presenten la adhesión de los discípulos como un acto espontáneo y romántico en torno al mesías, pero la realidad es que muchas de las cosas que sucedían dependían de sus poderosos mecenas o estaban influenciadas por ellos. Aparentemente todos sus discípulos le siguieron de manera voluntaria (no cualquiera tenía ese privilegio); quizás no fue así, muchos se acercaron al maestro de forma premeditada. Quizá, varios de ellos, ni siquiera entendían por qué estaban con él y mucho menos el que harían parte de una poderosa campaña de adoctrinamiento. «Una cosa era lo que pensaba el mesías y otra lo que buscaban sus antiguos tutores».

      Así quedó conformado un eficaz y casi mágico equipo de trabajo, un búnker moral, una institución intangible pero poderosa de cuyo único responsable sería el joven nazareno —aun cuando las más poderosas influencias pudieran venir de todos lados—. Sin embargo, la permanencia de estos hombres con Jesús precipitó en ellos un cambio y poco a poco fueron abandonando su compromiso con el estamento religioso para integrarse íntimamente al pequeño grupo que ahora conformaban.

     Aunque no vamos a estudiar la vida de cada uno de los apóstoles, hemos de destacar algunas de sus características personales:

El primer elegido fue Andrés, alguien mayor que Jesús y que todos los demás. Era un hombre íntegro, sensato, leal, con liderazgo. Asumió de manera espontánea la responsabilidad de dirigir al grupo (con el respaldo del maestro). Se mantuvo siempre dentro del círculo privilegiado. Él fue quien acercó a su hermano Simón hacia Jesús.

         Simón Pedro era un hombre variable y sentimental, de carácter muy fuerte, laborioso y comprometido pero inestable; sin embargo, se convirtió en uno de los más útiles y cercanos compañeros del nazareno.

        Santiago Zebedeo, quien se unió al prestigioso grupo con su hermano Juan (el menor de todos), fue pieza clave en la maquinaria apostólica. Inteligente, vehemente y gran orador, acompañó activamente la campaña del mesías logrando captar la atención de sus compañeros y de los seguidores de la nueva doctrina. Además, fue él quien más motivó a Juan para seguir adelante. ―Juan se mostraba inseguro y le fueron encomendadas tareas para estar siempre cerca de la familia del maestro, con quienes logró establecer una estrecha relación, al punto que se le ha denominado a Juan como «el discípulo que Jesús amaba»—. Irónicamente se le describe como a un hombre frío, vanidoso y temerario, atribuyéndosele necias actitudes.

     Conformaban también el grupo: Felipe el curioso, confiado, abstraído, no muy entusiasta. El honesto Natael, hombre muy instruido y soñador, pero débil de carácter. Mateo Leví, entregado por completo a la causa. Hábil en los negocios, con experiencia en el recaudo de impuestos, eficaz en su trabajo. Tomás el dídimo, incrédulo, escéptico, analítico, comprometido con la seguridad del grupo y con la eficiencia de sus actividades; adorador vehemente del maestro. Los gemelos Jacobo y Judas Alfeo, hombres humildes e ingenuos, sumisos colaboradores. Simón el Zelote, vigoroso, seguro y agitador. Admirable ejemplo de un hombre que por medio de la fe pudo transformar su pensamiento judío-nacionalista y materialista hacia el camino de la espiritualidad. Por último, Judas Iscariote, hijo de saduceos de la región de Judea. Hombre muy instruido, hábil en el manejo de los asuntos económicos. Creyente pero inseguro, moralmente inestable. Siempre estuvo inconforme por la actitud pacífica de Jesús ante la imposición del imperio romano, parecía aceptar la revolución violenta.

      Indudablemente el nazareno contaba con un gran equipo de colaboradores. ¡Vaya tarea para un líder!, la de orientar en una misma dirección a tan exquisito grupo de personas que en esencia representaban distintas corrientes de pensamiento. Todos ellos traían consigo sus pasiones, sus temores, sus sueños y ambiciones. Ofrendaban a él sus lealtades y voluntad esperando diferentes recompensas.

         Lo cierto es que, el gran designio, inicialmente proyectado para satisfacer el hambre de poder del aparato político y religioso comenzaba a deformarse, y que en el seno de esa pequeña asociación entre Jesús y sus apóstoles se incubaba un extraordinario cambio.

«La antigua idea del mesías parecía tomar otro rumbo...»


Jesús, el otro mesías /Autoreseditores


 

miércoles, 9 de agosto de 2023

¿Milagros? - capítulo VIII (novena entrega del libro).

Jesús, el otro mesías

Capítulo VIII - ¿Milagros?

En la época en la que vivió Jesús en Palestina las creencias mitológicas estaban aún muy arraigadas. Creían, por ejemplo, que por encima de la tierra (en el cielo) estaban los dioses y los ángeles, y que sobre ellos estaba Yahvé. Que bajo la tierra estaban los demonios y que allí era a donde descendían los muertos. A los malos espíritus se les atribuían las enfermedades, las plagas, la locura, el hambre, los terremotos, las guerras. Sin embargo el pueblo hebreo siempre mantuvo su fe en la palabra de los profetas y conservó latente la esperanza en la venida del salvador (y con él la libertad).

     En referencia al tema de la salud, durante siglos fueron víctimas de su ignorancia y de sus convicciones. No conocían lo que era un hospital o un manicomio (no existían), por consiguiente, ellos mismos en sus hogares cuidaban a los enfermos limitándose a resguardarlos, alimentarlos y a esperar el paso del tiempo.

     Ceguera, sordera, mudez, parálisis, trastornos psicológicos y psíquicos, etcétera, en muchos casos fueron transitorios y desaparecieron espontáneamente. Algunos hombres (oportunistas) se atribuyeron la facultad de curar a las personas con métodos anticuados y burdos que aprendieron de sus antepasados: por medio de ritos, conjuros, oraciones, masajes, golpes, baños, terapias de inciensos y otras prácticas, lograban crear fuertes emociones en las personas afectadas y generar una respuesta en algunos casos positiva. La salud dependía entonces de esos oportunistas, de curanderos y magos, quienes a medida que acumulaban éxitos (aparentes) ganaban credibilidad y fama sobre todo entre incautos, menesterosos, ignorantes y vagos.

     Las creencias eran radicales y poderosas, no solo en la Palestina, también en Siria, en la región del Jordán, en Grecia y en Egipto. Se consideró dioses a muchos hombres que se destacaban por sus aptitudes y talentos, por su hermosura, por su fortaleza física o su intelecto. Se les concedió divinidad y se les atribuyó poderes sobrehumanos para el bien y el mal. «Entre ellos encajaba perfectamente Jesús de Nazaret que gracias a su vida misteriosa, su trascendente oratoria y sus actos ganó cada vez más popularidad conquistando la confianza de sus siervos».

     A él, además de las profecías, le rodeaban enigmáticas leyendas relacionadas con tratados helenísticos, con la teoría herética, con la magia y el clan de los Goes (magos griegos existentes desde seis siglos atrás). ¡Cómo no creer en él! Imposible dudar de una imagen tan fuerte y especial cimentada en la fe y consolidada a través de continuos episodios orientados a mostrar su divinidad. Rodeada de influyentes y constantes manifestaciones, cobijada —tímidamente— por algunos poderosos. Enmarcada dentro del contexto de la necesidad humana y salpicada de misterio. «Pero además representada por un hombre muy especial». Definitivamente sus palabras y sus acciones trascendían más allá de lo imaginable.

     Su activa influencia se vio reflejada en la inmensa cantidad de seguidores que conquistó con su prédica. «Él nació y fue proclamado para ser el mesías, y a su manera lo fue». Nadie como él tan dispuesto para entregar amor, sacrificar su tiempo y dedicar su vida en pro de los demás. «Su único fin: ayudar a cada ser humano para acercarse a Dios y a su propia verdad, orientar el pensamiento en dirección a la justicia y al equilibrio existencial, incentivar a cada uno a ser feliz».

     Muchos eventos que sucedieron en torno a Jesús, y otros protagonizados por él, favorecieron potencialmente su imagen divina: ¡el mesías hacía milagros! Curaciones, exorcismos, resucitaciones, sanaciones y transformaciones físicas, se constituyeron en las pruebas tangibles de su poder divino; las mismas que proclamaban con ansias sus seguidores e incluso quienes no creían en él. La fe y la sugestión pueden ser corrientes de infinita magnitud, pero aunque aparentemente darían solidez a su imagen y destino a sus sanas ambiciones, infortunadamente alejarían de alguna manera a muchas almas del sentido espiritual que él siempre pretendió.

     Importaba más entonces lo que él podía hacer que el amor que sentía y quería transmitir. La gente quería milagros no enseñanzas. Y entonces a los actos de fe y de amor, a la grandeza de la vida, al pensamiento positivo y la energía del universo, se sumaron las necesidades y el deseo de los ávidos creyentes. ¡Y se manifestaron los milagros! —Quizás algunos trucos también se hicieron presentes en esos escenarios—.

     En las bodas de Caná, después de que se agotara el vino, se atribuyó a Jesús el milagro de llenar muchas vasijas con el dulce elíxir para satisfacer a los presentes. «Alguna version literaria introduce dentro de este contexto la intervención de María, su madre, como uno de los  elementos activos en la idealización de ese gran acontecimiento ya que ella siempre estuvo a su lado en el proceso de legitimación del mesías». Y entonces Jesús pidió que llenaran las vasijas con agua y el agua se hizo vino, y todos pudieron beber (quizás embriagarse) en nombre del redentor. «Tal vez “alguien" pudo haber llenado las vasijas con el vino; o quizás (como lo plantean algunos otros autores) al agregar agua al mosto asentado en los recipientes se produjo el mismo. Incluso, no podríamos descartar que la historia que nos transporta a ese acontecimiento no es más que la ficción de quienes estuviesen interesados en hacernos creer en el milagro».

     Más eventos similares se registraron, en los cuales cabría la posibilidad de la intervención humana y no divina, como aquel ―que mencionan los evangelios― en el que Jesús multiplicó los peces y los panes para dar de comer a una multitud hambrienta, la misma que le seguía y aclamaba, la misma que necesitaba mantener viva la esperanza en su mesías. «Nada podría ser mejor que calmar su hambre y saciar su sed».

     O aquel otro, cuando Jesús aumentó la cantidad de peces en el mar para proveer las redes de los pescadores hambrientos y desmoralizados por la mala temporada. «No es difícil entender que la densidad de especies en el agua depende de factores climáticos, físico-químicos, mecánicos, etcétera; y que en una zona determinada puede haber ausencia o abundancia circunstancialmente. Grandes cardúmenes de peces pueden marcar la diferencia en sus desplazamientos durante la época reproductiva o ante la escasez de alimento. «En fin, la cuestión es que dependiendo de la manera en la que se miren algunos fenómenos naturales y de acuerdo a las necesidades y creencias, pueden darse explicaciones simples a los mismos o idealizarlos como eventos extraordinarios (milagros)».

     Jesús resucitó personas, curó ciegos, sordos, mudos, paralíticos, leprosos, y otros enfermos. «Cabe anotar que no solo él lo hizo, muchas personas antes que él también lo hicieron y hoy en día algunas pueden hacerlo». Hipnosis, sugestión, magnetismo, terapias basadas en aromas y música, psicología, conjuros, etcétera.

     Hemos de tener en cuenta que muchas de las patologías que afectan a los seres humanos pueden desaparecer espontáneamente, que algunas otras lo hacen ante determinados estímulos físicos y psicológicos. Pero que si aún hoy se desconocen las causas y la evolución de algunas de ellas, en aquellos días el grado de ignorancia era mayor (catalepsia, epilepsia, esquizofrenia, etcétera), pero sobre todo que el poder de la fe es irreemplazable.

     «Tampoco habríamos de descartar la presencia del engaño en determinados eventos (como en el caso de los paralíticos que caminan, mudos que hablan, ciegos que ven…)». Y aunque la intención de Jesús no fuese la de engañar a nadie, el camino para conquistar las almas de los necesitados estaba marcado por unos parámetros dentro de los cuales intervenían otras personas que seguramente sí podrían justificar dichas acciones. —Al fin y al cabo a Jesús lo que le importaba era transmitir su mensaje de amor; pero en su rol de predicador, sin otro recurso que conseguir la atención de las personas sin desligarse totalmente de su prediseñada imagen de mesías, se le complicaba actuar con total independencia.

     Por otra parte, Jesús también curó a mucha gente poseída por el demonio, algo muy similar a los procedimientos que hoy se realizan y que incluyen exorcismos y rituales religiosos. Estados mentales que la ciencia hoy conoce mejor y para los que ofrece tratamientos efectivos, y en los que (en algunos casos) se logran curaciones espontaneas tras una adecuada intervención y estimulación a la psiquis humana. «Durante su viaje por la India, Nepal y el Tibet, Jesús aprendió mucho sobre exorcismos y desarrolló un gran talento para enfrentar los casos más difíciles relacionados con trastornos mentales».

     Se destaca entonces la importancia de un Jesús inteligente, lleno de sabiduría, bondadoso, paciente y pletórico de amor, que ofrecía el bien por doquiera que fuere. Un hombre predestinado para servir a los demás dentro de un programa planeado con intenciones políticas y religiosas pero que en su evolución sufrió una metamorfosis orientada únicamente hacia el amor convirtiéndose en un ser cada vez más especial.

Entonces ¿por qué no habríamos de considerar sus acciones como milagros?


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